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Octubre 2021

El texto original de este artículo fue participante y ganador del concurso del 2º Congreso Virtual de Hilos de Desgranando Ciencia 7

En este artículo os voy a contar una historia de tratos, traiciones, castigos y algún que otro incesto. Pero, no, no se trata de Juego de Tronos, sino de higos, higueras y avispas.

Es una historia muy antigua, que comenzó incluso antes de que George R. R. Martin nos dejara esperando el final de su saga de libros. Es una relación de mutualismo que empezó hace aproximadamente 70-90 millones de años. Sin embargo, para conocerla antes debemos saber algo muy importante sobre los higos.

Azucena Martín Sevilla

Biotecnóloga y redactora en Hipertextual

Almería, España.

Y es que, en realidad, estas frutas no son un fruto típico. Más bien son flores, concretamente flores invertidas. Esto significa que las flores de la higuera crecen hacia dentro y quedan rodeadas por una especie de vaina en forma de pera, que le da esa apariencia que todos conocemos. En ella hay muchas flores, cada una de las cuales acaba dando un pequeño fruto, llamado aquenio. Por lo tanto, los higos ya maduros son infrutescencias, al estar formados por muchos pequeños frutos. Esos son, precisamente, los que les dan su característico toque crujiente.

El problema de todo esto es que, al estar recubiertas las flores, no pueden polinizarse por las vías tradicionales. Necesitan mantener con ciertas especies de avispas una relación en la que todos salen beneficiados. Supuestamente.

En ella ocurre lo siguiente. Una hembra de avispa embarazada se introduce en un higo a través de un agujerito muy pequeño que se encuentra naturalmente en ellos. De hecho, el orificio es tan pequeño que en el proceso pierde las alas. Esto le impedirá que pueda volver a salir, por lo que morirá allí dentro. Todo un sacrificio por la descendencia. Una vez dentro, si el higo en cuestión es masculino, podrá poner en él los huevos. De ellos nacerán las larvas, que se alimentarán de algunos tejidos del propio higo, pero eso no es malo para el árbol, que además se ve beneficiado, como veremos ahora.

Volviendo a las larvas, cuando estas se hacen adultas, copulan entre ellas. Sí, hermanos con hermanas, al más puro estilo de Jaime y Cersei Lannister. Lo cierto es que no tienen mucho donde elegir, teniendo en cuenta que los machos ya no podrán salir de allí, pues no tienen alas. Pero sí tienen unas grandes mandíbulas, que usarán para abrir un pasadizo y un nuevo orificio por el que sus hermanas podrán salir sin perder las alas. Las cosas que hacen por amor.

Ya fecundadas, las hembras salen del higo, con el polen de este pegado a sus patas, y vuelan hacia otro higo. Y ahora pueden ocurrir dos cosas. Si el higo que encuentran es masculino, volverá a repetirse todo el proceso anterior. En cambio, si es femenino, no podrán poner los huevos ahí, pues estos no están preparados para poder cobijar a las larvas. Pero no habrá sido en vano, al menos para la higuera, pues sí que aprovecharán para dejar ahí el polen que traían del higo masculino en el que nacieron, contribuyendo a la polinización de la planta.

Empiezan las traiciones

Todo lo que hemos visto hasta ahora es una relación de mutualismo, en la que los dos participantes salen beneficiados. Por un lado, las avispas tienen cobijo y alimento para sus larvitas y, por otro, la higuera cuenta con aliadas para la polinización. El problema es que hay avispas tramposas, que se saltan su parte del trato y traicionan a la higuera que les dio de comer, al más puro estilo de Theon Greyjoy en Juego de Tronos.

En definitiva, sí, ponen los huevos en el interior de los higos, pero no intervienen en la polinización. De este modo, la relación deja de ser un ejemplo de mutualismo, para convertirse en parasitismo. Ahora solo uno de los dos sale beneficiado. Pero la higuera no se queda de brazos cruzados. Al menos no lo haría si tuviera brazos, pues es capaz de detectar a las avispas que hacen esto y castigarlas. ¿Y cómo lo hace? Pues, básicamente, dejando caer los higos en los que se encuentran esas avispas, de modo que se pudren en el suelo antes de que las hembras lleguen a adultas y puedan salir. Literalmente, las ejecuta.

No todas las especies de higuera ejercen estos castigos, pero sí muchas de ellas, ya que así consiguen mantener a raya a aquellas especies de avispas que no quieran pagar su deuda con el árbol.

¿Nos comemos las avispas?

Una vez que sabemos esto, es inevitable que surja esta pregunta en nuestra mente. Sin embargo, podemos estar tranquilos, ya que las hembras de avispas que mueren tras poner los huevos y los machos que no pueden salir tras nacer se descomponen, gracias a una enzima presente en el hongo, llamada ficina.

Por lo tanto, decir que comemos avispas al comer un higo es como decir que al comernos una cebolla nos comemos un ratón o un lobo huargo que murió y se descompuso en el suelo del que la recolectamos. Forma parte del ciclo de vida de estas especies.

Así que no, no hay nada de temer. Y de todos modos, tampoco nos pongamos tan exquisitos. Cosas más raras nos habremos comido.

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